TESTIMONIOS

Declaraciones de autores y otros profesionales que han pasado por la Editorial Bruguera

 

"En la tragedia siempre hay muchísimo humor"

Entrevista a Manuel Vázquez

Por Sol Alameda

Publicada en El País Semanal
31-1-82

 

 

“Cuando eres un niño desvalido estás perdido. Porque no puedes atracar, ni dedicarte a navajero, ni a macarra. Yo empecé a alimentarme a los nueve años. Sí, de verdad. Todo lo que recuerdo de mi infancia es hambre, pero hambre feroz. Vivia en Madrid, ¡Pero no veas! Ibamos a los mercados, cogíamos frutas, cáscaras de frutas, lo que encontraras. Así sobrevivímos muchos en los primeros años de la posguerra. Porque durante la guerra te parecía menos terrible. Tal vez por que todo el mundo pasaba hambre. Pero luego, cuando algunos empezaron a comer, resultaba mucho más duro. Y no es que en mi casa no hubiera dinero, que lo había. Pero era dinero rojo. sólo servía para jugar a los cromos. Mi abuelo tenía la sastrería real, hacía los trajes a los reyes. Era conde de Yedra. Yo vivía con mi abuela y mi padre, a mi madre casi no la conocí. Luego, cuando tuve nueve años, me escapé a Barcelona. En cuanto pude. La Guardia Civil me pescó nada más llegar y me devolvieron. Cuando lo repetí, ya nadie me buscó. Barcelona era todo: Nueva York, América. Oía hablar de Barcelona por la radio, y como en Madrid no había nada, pensaba que todo debía estar en Barcelona. Me impulsó lo mismo que a los conquistadores de América, que no se embarcaban por el deseo de colonizar, sino por huir de extremadura”.

 

- ¿A qué edad piensa que se hizo un adulto?

- Desde que nací. He sido precoz, inteligente, lo que quieras, pero desde luego no he sido niño. Y eso se paga, ¿Eh? Y no lo digo con tristeza, porque considero que ser niño es un poco idiota, pero se pierden muchas cosas. Nunca he jugado, por ejemplo. Y tal vez por eso, ahora, no se jugar con mis hijos.

Manolo Vázquez empezó a dibujar en los márgenes de los periódicos, en papeles que recogía por su barrio, Cascorro. Hacía batallitas y guerreros en la casa que compartía con su abuela y con un padre alcohólico. No los había comido nunca, pero había oído hablar de los bombones y, exagerando las cosas, asegura que también del pan. Afortunadamente, ya entonces aprendió a ver el lado humorístico en cada uno de sus abandonos, que han sido muchos. “Aquello -asegura- también tenía su gracia. En la tragedia siempre hay muchísimo humor. Mi tristeza era la de veinte millones de españoles. Esto le daba a uno la sensación de un espanto tan grande, tan insuperable, que tenías que reír. Quizá para sobrevivir. Yo tengo un amigo,Carlos Giménez, que siempre hace las cosas tristes que le han sucedido; Es el Paracuellos del Jarama. Es estúpido, remover y remover, recordar. Es completamente idiota hacerlo. Para mí nada es suficientemente dramático. Ni que se mueran tus padres o tus hijos. Sobrevivir es lo único importante. Eso sí, hay que tener un afecto, de otro modo, ni sobrevivir se puede”.

Vázquez empezó en la editorial Bruguera (“allí nací y morí”) su primer encargo fue Las hermanas Gilda. Antes había mandado unos dibujos que, después de rechazados, fueron admitidos. Pero hablar de Las hermanas Gilda es hablar de las tres censuras que él, como todos los dibujantes, tuvo que sufrir: la de la editorial, la estatal y la religiosa. Recuerda, por ejemplo, una portada rechazada porque salía una chica tocando el piano, y el piano era un instrumento pornográfico; o la chica a la que <Jorge> hubo de borrar las trenzas porque estas eran muy eróticas. Sus hermanas Gilda no podían salir de noche, no podían tener novio. Por eso las aventuras de las adorables hermanas eran siempre idénticas: La Gilda seva al campo, se encuentra un sapo y le da un beso. En Don Pío, <Peñarroya> Luisito, pensado como hijo de Doña Benita, se tuvo que convertir en sobrino; un hijo no podía hacer travesuras a sus padres. Ahora, en opinión de Vázquez, las historietas siguen siendo tan idiotas como antes: “Porque se ha muerto Franco, pero continúan los viejos en la editorial (él siempore se refiere a Bruguera, su bestia negra). Es como en las familias, que se muere el abuelo, pero queda el padre”.

 

- Me han contado una de las maldades que usted hizo a Bruguera; cuando les envió un montón de paginas sin dibujar, excepto el primero. Y ellos, confiados, lo llevaron directamente a la imprenta.

- Mira, Bruguera es una basura. Al principio era un joven inexperto y me entregaba. Luego los directivos decían: aquí lo que falta es producción. Les daba igual que fuera bueno o malo, se trataba de llenar páginas ahorrándose unas pesetas. Y les mandé las hojas en blanco. Pero no tuvo gracia, lo hice por desesperación. Yo tenía un convenio para quedarme en madrid y me dicen de pronto que debo volver a Barcelona, que si no no cobro. Y yo, en un hotel, sin pagarlo, sin un duro. En ese caso tienes que engañar a alguien más tonto que tú. El que estaba de director lo era, de lo contrario no hubiera sino el director. Fue como engañar a un niño. No tuvo mérito, de verdad. ¿También me vas a preguntar por mis deudas? Ya te digo que han sido muchas, pero todas provocadas por la editorial. “Mire usted, es que yo ahora no puedo trabajar”. decías. Y ellos, pues hay que trabajar por narices. Y tú, que no. Y ellos: pues entonces no le pagamos lo que le debemos. Pero yo era más fuerte que ellos. Me iba por ahí. Tenía mis fulanas, tenía lo que fuera; pero no trabajaba. Y claro, se te echabas los hoteles encima, las denuncias. ¡No veas! Yo he estado en la carcel , por no pagar en un hotel, mientras Bruguera me debía más de 100. 000 pts. Claro que luego tuvieron que venir a sacarme bajo fianza.

 

- ¿Cuántas veces ha estado en la cárcel?

- Tres veces, pero poco tiempo. El récord lo tengo en seis meses. Lo suficiente para saber que si entras es difícil salir limpio. Yo me divertí, lo pasé bien. Estando allí hubo un incendio, apagué el fuego, salvé a un guardia y me dieron una mención de honor. En la Modelo cada uno se relacionaba con los de su élite, y claro, yo me relacionaba con los estafadores. Los había tremendos: de casas de discos, de urbanizaciones, algunos de grandes quiebras. Gente gorda. Allí tenían hasta chicas, no te digo más; menos salir a la calle, lo que quisieran. Vino, coñá, conversaciones mundanas y elegantes. Todos eramos unos señores. Y nadie negaba nada. Te decían “pues cuando salga voy a hacer una operación de tantos millones”. Era lo normal. Era gente clara, y no los de la editorial, que te hablaban de un nuevo proyecto, que tú ibas a hacer tantas páginas, y luego veías que te reproducían mil veces sin pagarte un duro. Porque, mira, yo tengo la teoría de que un estafador es el tío que saca los ahorros a la gente de la calle prometiendo unos pisos en la playa y que luego es mentira. Pero cuandoun tío etafa a unos riquísimos que tienen una tela, a una gente que ha estafado toda su vida a los demás, eso es un señor. Es igual que cuandouna prostituta te dice, “Bueno, ¿Qué pasa?, me lo he ganado con mi coño”. Es una señora. Es una cuestión de negocios. Pero esas otras que van de finas y resulta que... ¡Vamos, eso sí que es una verdadera prostituta! Las mujeres de los amigos dicen que tienen affaires. Las prostitutas nunca te engañan. Es gente sana y sincera. Te lo digo Yo.

 

- Que debe saberlo.

- Si, tuve una casa de prostitución. Si, en Madrid, en la calle de Ayala. Yo estaba de director en una casa de publicidad. Ha sido el único sitio donde me han llamado la atención por trabajar. Tuve que irme. Me habían dado un montoncito de problemas para resolver. “Tenga, Vazquez, vaya haciéndolo usted”. Y me puse a hacerlo. Cuando terminé vinieron y me dijerom “Pero hombre, no me haga usted esto, ¿Que voy a hacer yo ahora?” “Pues darme más trabajo”, contesté. “No, no, Vázquez. Eso no. Aquí hay un ritmo de trabajo, que usted debe respetar. Tenga usted en cuenta, Vázquez, que soy yo quien tiene que crear trabajo para que usted lo haga”. Y monté la casa de prostitutas para los americanos. Pero claro, no era un profesional. Y todo el dinero que ganaba me lo gastaba con las chicas. Claro que ser profesional de cualquier cosa es repugnante. Gente estupenda las prostitutas. Más de una vez yo me he ido a las ramblas, y les he pedido dinero para cenar. “Manolo” me ha dicho alguna “espera un momento que tengo una cita, ahora vuelvo”. Y me daba la pasta. Si es que entre esta gente tan despreciada los hay muy serios. Una de las veces que salí de la carcel fui a Bruguera a pedir trabajo y me dijeron “Espere usted hasta que se olvide esto·. Y entonces me fuí a buscar un amigo mío, un gitano que había encontrado en la Modelo. Pues me pagó un piso durante tres meses. Me imagino de donde lo sacó, pero a mi no me faltó nada. Eso es un amigo, ¿no?.

En la cara de Manolo Vázquez nada llama la atención excepto sus ojos azules, de verano. Lo que ha vivido se le ha ido posando en las pupilas, por otra parte sorprendentemente mentirosas y juveniles. El resto, las manos, la boca, el cuerpo, ha acumulado el deterioro de sus 53 años, de todas las aventuras y desventuras que le han hecho un hombre que se confiesa bastante feliz. Nada más entrar en su casa nos dice que perdonemos, que se acaban de cambiar, que todavía faltan muchos muebles. Es un piso insólito. Parce rellenado a base de deshechos, de cosas que otros han ido abandonando. La tapicería del tresillo está carcomida, todo son agujeros, boquetes verdaderos. “Es el perro” dice ·se come todo”. Las paredes necesitam una mano de pintura y el cuarto donde nos recibe es como un enorme pasillo donde se ha colocado lo estrictamente imprescindible. Sus dos hijos son guapos y cariñosos. Buscan corriendo los tebeos de su padre. “Mira, este es Angelito y este Tío Vázquez”. Su mujer, veintiseis años menor que él, ha preparado un cocido para invitarnos. Ella también aclara que el piso, en fin, lo acaban de alquilar. Más tarde, cuando explican su peregrinaje familiar de edificio en edificiom con una naturalidad pasmosa, como si fuéramos sus mejores amigos, una gente que les quiere, es cuando definitivamente decides que esta gente te cae muy bien.

“Es que en estos últimos años nos hemos ido cuatro veces de los pisos, por no pagar. A mí me trae sin cuidado lo que diga la gente. Si en un momento determinado se han complicado las cosas y no has pagado al casero (porque te has puesto enfermo o porque te has gastado el dinero, es lo mismo), durante un mes, dos, o siete meses, hasta que los caseros se hartn, entonces tienes que coger una camioneta por la noche, y con los niños y lo que te puedas llevar, abandonar. Esto no deja de ser triste, pero no por la moralidad. Quizá no encuentres a nadie que sea más amoral que yo. Si hubiera una medalla para el mayor sinverguenza, ésa la llevaría colgada yo. Lo que me moesta es la mezquindad. Eso sí. Porque a mí me gustaría irme sin pagar de un hotel de Acapulco. Como me gustaría estar con Bo Dereck y largarme sin pagar. Pero hacérselo a una viuda de cincuenta años me parece criminal. O sea, que no es la moralidad, sino la calidad de la empresa.Irme de un piso porque no puedo pagar treintamil cochinas pesetas me descompone, se me cae la cara de verguenza. Te dejas allí la moqueta recién puesta y un montón de cosas que no puedes cargar. Y luego están los niños que son unos aventureros como nosotros y no les importa nada. Pero hay que buscar colegios nuevos y es un poco incómodo (interviene la mujer de Vázquez, que dice “pero a mis hijos les digo todo. Cuando viene alguien a cobrar y no quiero abrir la puerta les cuento porqué: es que mamá no tiene dinero, les parece normal. Eso sí, nosotros no tendremos dinero paa pagar el piso o incluso para lo más necesario, pro los niños no se quedan sin sus juguetes, mis hijos tienen sus reyes como todos los niños. Aunque manolo y yo tengamos que repartirnos un huevo frito para comer”).

Manolo Vázquez se ha hecho famoso entre sus compañeros no sólo por ser un gran dibujante o por huir de los pisos antes del amanecer. Es el rey del sablazo.Disfruta pidiendo dinero a los demás, pero, sobre todo, disfruta al elaborar mil trucos para no devolverlo. Hay quien piensa que tener deudas es para Vázquez una cuestión de honor. “No, no. es que yo siempre he tenido mi propio código. Cuando decretaba que una persona no tenía derecho a cobrar, pues nocobraba. Edifiqué mi mundo desde la infancia. Por ejemplo, si alguien me prestaba un paquete de tabaco y al día siguiente me decía “Oye, manolo, a ver cuando me lo devuelves”, ese tío seguro que no cobraba, le daba de baja. Hablo de otros tiempos ¿eh?Y los hoteles. Los había donde no te daban comida y luego te la cobraban, o no te lavaban la ropa, te quitaban la luz en epocas de restricciones y te dejaban sin dibujasr. De esos no cobraba ni uno. Esto me gustaba. Me sentía como un vencdor. O imagina al tipo ese que viene a arreglar un grifo o un televisor y que cuando se va no lo ha arreglado como es debido. Pues lo que yo hago es llamarlo de nuevo. Oiga usted, que esto está igual que antes. Y el tipo, que no , que está bien, o que quiere cobrar otra vez por lo mismo. Es esos casos lo que hago es encargarle muchas más obras, y desde luego, no cobra ninguna. Estas cosas son las únicas que hago. Lo que pasa es que conmigo haymucha leyenda. De verdad. Me sucedieron varias anécdotas divertidas que se corrieron por ahí, y ya está. Y además luego me inventé a tío Vázquez, que está basado en esto, en el que no paga nuncay que es capaz de tomarse un trabajo inmenso con tal de huir del sastre. Creo que yo inventé lo del sastre. Y si, la verdad es que había una base de realidad. En cierto modo es autobiográfico. La del sastre es una historia muy vieja ¿te la cuento? Bien, pues vamos allá. Tenía yo quince años, levaba yo poco tiempo aquí, e Barcelona. Tenía que hacerme un traje. Me lo hice. Y mira, no sé de que género sería, pero te aseguro que crecía. Todos los trajes menguan ¿no? pues este crecía y crecía. Y cada semana tenía que ir a que me cortaran las mangas y las piernas medio mtro. Era como una ameba gigante. Te lo prometo. Y claro, yo le decía al sastre, que, por cierto, tenía un nombre repugnante, se llamaba Megurrea, que si no me lo arreglaba no cobraba. Yo iba cada semana a arreglar aquello y él cada semana me pasaba la factura. A casa, al trabajo. Incluso dejé e ir a trabajar para no pagarle. Un día, pasados dos o tres años, me mandó al sobrino. “Me ha dicho mi tío” dijo, “que si logro cobrarle podré trabajar con él”. “Bien”, le contesté, “usted me ha conmovido. Usted va a conseguir lo que nadie ha conseguido. Espere un momento que voy a ir a buscar el dinero. Pero, si no le molesta, me presta 500 pts para el taxi” Y allí lo dejé. No sé que pasaría. No se si su tío le dió el trabajo o le asesinó. Claro que en aquel tiempo de posguerra yo tenía un problema terrible con la ropa. No sé si era de mala calidad o qué, pero la verdad es que siempre necesitaba hacerme trajes. Era una pesadilla. Pero después de esto, debo decir que ni siquiera para mí es agradable tener deudas. No lo es. Lo que pasa es que si las tienes no te vas a amargar. Lo mejor es divertirte a su costa, o convertirlo en historietas. La leyenda de Vázquez deudor se corrió tanto, creció de un modo tan brutal, que podía haberme sentido vilipendiado. En vez de eso, decidí sacarle dinero y crear al tío Vázquez. Lo malo es que, como te decía antes, lo que yo hubiera querido es ser un estafador inmenso, de gran escala, y no un pobre tío que huye de su sastre. El sueño de mi vida era ser el perfecto sinverguenza. No me falta capacidad, creo yo. pero nunca he tenido medios y he debido conformarme con ser un aprendiz. Sacar mil pesetas a un amigo no tiene ninguna gracia.

 

-Cuando oye hablar de orden, de sacrificio, ¿Qué le pasa?

- Pues que puedo vomitar. Son dos palabras repugnantes. O eso otro de hombre de provecho, que quiere decir que nunca ha sacado provecho de nada. El hombre de provecho es uno que se ha levantado a las siete de la mañana, que no ha pedido anticipos, que no ha hecho nunca una huelga y que al llegar a los 65 años se ha jubilado, le ha besado los pies al dueño y se ha retirado a morir. En cambio, elque le ha dicho: oiga que yo tengo derecho a esto, que usted me está estafando; ese dicen que es un cabrón. Por tanto, ser un hombre de provecho es ser un imbécil integral, ser una planta. Yo ni siquiera por un momento he sido un hombre de provecho. Soy un bohemio desde que me fuí de casa, a los nueve años, por falta de amor, como todo el mundo que se va. Yo necesito mucho amor, afecto constante. Tal vez por que de niño no lo tuve. Y odio que me compadezcan. Ni siquiera cuando estoy enfermo, con una gripe. Si, soy un bohemio. Pero entendiendo esto en su justo significado. La bohemia no es sinónimo de hambre, de andar todo el día sin un duro. Mira, yo lo veo de esta manera: por ejemplo, ahora cuando te vuelvas a madrid, yo cojo mi abrigo y me voy contigo en el avión. Al llegar a Madrid nos tomamos una copa juntos y regreso en el próximo avión. Solo eso, nada más. Por gusto. O que, por ejemplo, te encuentro en la calle y tú me dices, “Vázquez, te vienes a cazar tigres a la india?” y yo te respondo “espera que voy a buscar la canana”. ¿No? Bien, pues a mi modo de ver, eso es lo que merece la pena en la vida. Todo lo demás es perder el tiempo.

 

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