¡Oh, el mundo gira!

 

 

DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 4
02-05-99
Despega como puedas
Parece ser que el caos aéreo que asola los aeropuertos españoles no es un asunto exclusivo de nuestro país. Sin embargo, quizás no sea de recibo que el ministro encargado de que esto no ocurra juzgue de absurdo que le echen las culpas a él. Por una vez, el preclaro presidente de la nación ha pedido disculpas por la inadecuada intervención de su subordinado. Pero la cuestión de fondo no es si yo me disculpo o tú te quitas la culpa. El caso es que si se quiere viajar en avión hoy, no se sabe cuándo se va a despegar. Y las horas pasan, mientras el aeropuerto se convierte en prisión preventiva, por si acaso uno ha cometido algún delito aún no descubierto por el estado. Y ahí queríamos llegar: hasta hace bien poco tiempo, los ciudadanos que usaban el avión como medio de transporte, pertenecían a las castas privilegiadas del país, de modo que en un porcentaje cercano al cien por cien, tenían delitos pendientes de condena. Ejecutivos de alto nivel, que manejaban los millones como calderilla, procedentes del robo con guante blanco; políticos en puente aéreo, que cometían perjurio cada vez que abrían la boca, o aristócratas, que con la excusa de la herencia de la sangre, se adjudicaban injustos privilegios sobre los demás mortales. Hoy en día ya no ocurre nada de eso; los aviones se llenan de gentes de muy diversa condición y estatus social, hasta tal punto que no caben todos en los aviones que hay, y, claro, tienen que esperar al siguiente. Llegamos a la conclusión pues de que hay una descoordinación: si los retrasos en los aeropuertos se produjesen como castigo a los usuarios delincuentes, la gran mayoría de los ciudadanos los aplaudiríamos, pero al afectar a las gentes de bien, no nos parece nada correcto que se produzcan. Y la solución es bien sencilla: puesto que los delincuentes ya no van en aviones colectivos, sino que usan sus propios jets privados, retrasemos la salida de esos vuelos, dando preferencia a los aviones proletarios. Seguro que los políticos, los banqueros, los obispos y demás gente de mal vivir encontraban pronto un medio alternativo para sus desplazamientos de ocio perpetuo. Pero mientras tanto, lo que nos íbamos a reír.

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