¡Oh, el mundo gira!

 

 

DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 71
21-07-99
Seguridad Nacional
El último auto del juez de instrucción número 1 de Bilbao cuenta cosas de curioso cariz. Por más que los voceros de la caverna nos lo han repetido hasta la saciedad para cargarse al anterior presidente del gobierno, los crímenes de estado durante los años ochenta en España nos siguen provocando repugnancia. El Director General de la Seguridad del Estado ideó el asesinato de un dirigente independentista vasco en 1984; cincuenta millones del Ministerio de Interior financiaron la operación; un Comisario de Policía la organizó; un Capitán de la Guardia Civil condenado por torturas contrató a los tres asesinos; el Jefe Superior de Policía de Bilbao ordenó retirar la escolta de la víctima para facilitar el atentado; el Jefe del Gabinete de Información del Ministerio del Interior acudió a todas las reuniones donde se planificó el crimen; el Comisario General de Información envió al juzgado informes falsos atribuyendo la acción a ETA... Hay varios implicados más en la resolución del juez, pero con estos ejemplos basta para que cualquier ciudadano normal abra la boca comprobando cuántos altos cargos pueden llegar a tener las Fuerzas Represivas. Y no sólo eso, sino hasta qué punto los entramados de la llamada Seguridad Nacional están dirigidos por honrados ciudadanos. En las fructíferas reuniones que mantenían estos virtuosos a los que les gustaba llamarse GAL, el propio Gobernador Civil de Vizcaya aportaba de su mano las fichas policiales de las posibles víctimas. Mientras, Segundo Marey continuaba secuestrado en una cabaña. Y cuando los españoles olían a mierda todos los días leyendo estas atrocidades cuando las desvelaron, sólo pensaban en lo chapuceros que habían sido en nuestro país liquidando terroristas; que en Alemania y Francia lo hicieron mucho mejor, sin que Garzón alguno pudiera entrometerse; y que el mayor pecado de estos asesinos que mancharon de sangre la constitución democrática había sido robar dinero público. El banquero que ideó toda aquella campaña contra el gobierno que le destronó debería haberse hundido en el cenagal de su propia miseria. Y al tirar de la cadena, que todos los aparatos fascistas enquistados en los cimientos del Estado se hubieran ido con él.

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