¡Oh, el mundo gira!

 

 

DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 101
13-11-99
Cajeros versátiles
Pamplona, 1986. Una pareja de enanos de comparsa, visita la ciudad por San Fermín. Encuentran cómodo un cajero automático y deciden dormir allí de pie. Durante la noche, varios usuarios de la caja de ahorros van entrando a sacar dinero, y los dos enanos les indican amablemente con sus voces de pito los pormenores de la operatoria, y les solucionan las pequeñas incidencias con las tarjetas, al son de los cascabeles. Trece años después, las cámaras de vigilancia se han popularizado en los cajeros automáticos. Un grupo de estudiosos de la antropología se reúne para la presentación de su revista anual. El lugar escogido es la sede de una entidad bancaria. Pero la sala acordada está cerrada. Afuera hace frío, y el habitáculo de la entrada se llena de público que desea asistir al acto. Entre los asistentes, los dos enanos de comparsa. Los organizadores deciden no demorar más la espera, y dan por comenzada la presentación en el cajero automático. La cámara de vídeo reproduce fielmente el acontecimiento en el monitor. Nadie toma asiento. No hay sillas. Suenan los cascabeles y un caballero habla de almejas de río y de su transformación artesanal en mangos de cuchillo. Después, una joven de apellido impronunciable explica que, en un pasado remoto, las madres mataban a sus hijos cuando sus maridos les pegaban. En voz baja, un hipnotizador cuenta que normalmente le basta con una sola sesión para curar depresiones profundas. Y un ciego, eminencia de la brujería local, da por terminada la reunión entre aplausos. Durante la exposición de temas, varios usuarios del cajero automático han ido entrando tímidamente, atravesando el grupo de espectadores, y han operado en sus cuentas entre alusiones a los fetos o al nácar. Poco después de terminar todo, llega un guardia jurado con las llaves de la sala. Por fortuna, le habían avisado tarde. Los enanos lloran de alegría rememorando sus andanzas pamplonicas. Historias verídicas como la del policía que ejercía ilegalmente de guarda nocturno en un hotel. A la salida de su trabajo atendió diligente la llamada de socorro de una señora desde un cajero automático: apuntó a la cabeza del chaval que se llevaba los mil duros y lo dejó seco en la acera. En el juicio declaró que la pistola se le había disparado sola. Mentira, sueño, antropología y asesinato. Vuelven las vanguardias arreboladas y nos dejan enanos y nos empujan a vivir intenso, provisional. El vértigo del miedo es diminuto comparado con el temblor colosal de la realidad, la caída de ojos de la muerte. Suenan cascabeles delirantes mientras agonizamos entre cajeros automáticos y rutina, mientras alguien llama a las puertas del pozo sagrado de la inconsciencia y recibe un alarido desesperado como única respuesta.

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