¡Oh, el mundo gira!

 

 

Número 115
21-12-99
Calambres en las orejas
Es un asunto complejo, una vivencia nueva, el uso de los poderes de la mente para provocar tempestades corporales, pruebas de embarazo o -casi nunca se consigue- cambiar de lugar los días de la semana. Uno camina sin rumbo por las aceras en pendiente, poca pendiente, un 3 ó un 4 por ciento como mucho, y piensa: calambres en las orejas. Y sin comerlo ni beberlo, sin sudarlo siquiera, la gente se echa las manos a las orejas, con gesto de dolor. La gente, todo el mundo, los viejos y los niños, las feas y los guapos, los perros incluso se revuelven en el suelo, aullando, con calambres en las orejas, o por lo menos con síntomas de calambres en las orejas. El poder del pensamiento, la fuerza de la telekinesis, los experimentos del doctor Fulebrauz y sus colegas, Gurmen y Dengal, todo me viene a la cabeza mientras empiezo a sentir los inimitables dolores, la parálisis. Yo mismo me provoco mis propios calambres en las orejas y la ciudad ya es un puro calambre de oreja, un dolor inmóvil, la sordera, la peor de las enfermedades mentales. Y cuando al sacudirnos, los hombres y los gatos, las monjas y los camareros nos libramos del calambre, todos reímos dándonos la mano y las aceras parecen completamente horizontales. Mañana pensaré algo mejor para todos esos pobres, para mí mismo incluso. Pensaré en algo más exquisito, más fino. Quizás cosquillas en las cejas. Qué simpático movimiento piloso que cambia los estados de ánimo. Mañana, todos a parecer recelosos o dubitativos o asombrados o con aires de suficiencia o enfadados o asustados o irónicos o... pero eso será mañana, será cuando las aceras conserven todavía la pendiente correcta, la horizontalidad quizá. Hablen los kilowatios, callen las curvas de Gauss. Permanezcan atentos a las pantallas, a los pantalones, a las panteras...

VOLVER A MELGUENCIO