Escoba

 

 

El Golem no hacía lo que la gente esperaba de él; hacía lo que la gente le mandaba. Por ejemplo, un día le ordenaron buscar agua para llenar el tanque de agua del gueto de Praga, y el Golem comenzó a llenarlo de agua hasta causar una pequeña inundación. Otra versión de esta historia: El aprendiz de brujo.

En un castillo de altas torres y sólidos puentes levadizos, vivía en tiempos muy antiguos un hechicero que pasaba sus días encerrado estudiando fórmulas y preparando brebajes. Nadie entraba nunca al castillo. El viejo brujo no admitía otra compañía que la de Trylbi, su pequeño ayudante ingenuo y fiel, incapaz de traicionar ningún secreto de su amo, entre otras cosas porque en su simplicidad, no entendía nada de cuantos signos escribía su maestro en un grueso libro mientras hacía sus experimentos.

En busca de un polvo que necesitaba partió un día el brujo para un largo viaje, no sin antes hacer mil recomendaciones a Trylbi. No quería que nadie penetrara en la torre del castillo donde tenía su laboratorio y guardaba los secretos de sus fórmulas. Trylbi prometió ser discreto y el mago abandonó el castillo. No pasó mucho tiempo antes de que el pequeño ayudante se sintiera picado por la curiosidad, y sigiloso subió a la torre. Sobre la mesa estaba el viejo libro de las anotaciones del brujo. Trylbi pensó que con la ayuda del libro, quizás también pudiera realizar alguna magia. Se puso la negra túnica de su amo y subido a una banqueta, comenzó a leer.

No entendió ni una palabra; aquellos raros signos no tenían sentido para él. Sin darse cuenta, se puso a leer en voz alta, ignorando que se trataba de palabras mágicas de las que se servía el mago, y, de pronto, el balde y la escoba se presentaron ante él, esperando sus órdenes. Trylbi se asustó un poco, pero enseguida tuvo una idea. Mucho trabajo era buscar agua necesaria para la limpieza, como le había ordenado su amo, pero era preciso hacerlo. Contemplando el balde y la escoba, les ordenó que le trajeran agua, y con gran alegría se vio obedecido.

El balde iba y venía y Trylbi silbaba muy contento viendo cómo la escoba realizaba la tarea. De pronto advirtió que ya la cantidad de agua era suficiente y pidió que no trajera más. Pero el balde obedecía sólo a las palabras mágicas y prosiguió diligentemente su misión. Trylbi comenzó a impacientarse. Inútil era que le hablara en todos los tonos, desde el de mando al de súplica. El agua inundaba ya el piso y corría escaleras abajo.

La impaciencia que sintió Trylbi al comienzo se transformó en terror. El agua caía en cascadas, llenaba las habitaciones, inundaba la casa, y el balde seguía trayendo cada vez más. Tryibi sentía ya que el agua le llegaba al cuello, y trataba desesperadamente de nadar, mientras a su alrededor flotaban frascos, vasijas, cajas y las mil cosas del laboratorio. Y cuando ya creía que su fin era seguro, apareció el brujo. Vio al momento lo que pasaba y sin perder un segundo pronunció las palabras mágicas que detuvieron el hechizo. Gracias a esta oportuna llegada, Tryibi se salvó de una muerte segura, a la que lo hubiera llevado su imprudencia. Pero no pudo escapar a la severa reprimenda de su maestro y señor.

Para su poema El Aprendiz de Brujo, Goethe se había inspirado en una visita a la Escuela antiguo-moderna de Praga, donde perduraba la leyenda del Golem. Der Zauberlehrling, compuesta en 1797, narra las peripecias del discípulo de un mago que en ausencia de éste, se pone a practicar el poder mediante fórmulas mágicas, transformando una escoba en ser viviente a quien ordena ir por agua.

La poesía de Goethe inspiró "L’apprenti sorcier", poema sinfónico en forma de "scherzo" de Paul Dukas (1865-1937), estrenado en París en 1897. Esta popular página musical, con su brillante orquestación que recrea el embrujo del tema literario, acompañó a su vez la versión del Aprendiz, encarnada por el ratón Mickey en el film de Walt Disney Fantasía.

El papel de aprendiz de brujo encaja con el hombre moderno, autor del mundo tecnológico cuyo control en ciertos aspectos escapa de sus manos y le amenaza con la autodestrucción.

 

el Golem

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