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LA INCINERADORA

revista de opinión cinematografica
número 8

 

 

FESTIVAL DE SITGES 2005

POR ALBERTO JIMÉNEZ

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Sitges 2005. Festival Internacional de Cinema de Catalunya

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Mientras trabajo en el montaje y la sonorización de la última película de Producciones Neogore (productora que, por cierto, acaba de cambiar su nombre por el de Neogore Reloaded), recibo un correo de mi amigo Toni Alarcón (quien, y viene al caso, trabajó en la primera película de Neogore como protagonista) invitándome a colaborar de nuevo en La Incineradora con un artículo acerca del Festival de Sitges. Mientras juego con sombríos planos con defecto de luz y gemidos fantasmales (pues sobre fenómenos paranormales y videos malditos trata nuestra última película) saco tiempo para elaborar un artículo que, más o menos, satisfaga la curiosidad del cinéfilo, en el que tengo a bien comentar todas las películas que pude ver (ante todo, Sitges ofrece una ingente cantidad de títulos y, claro está, siempre hay que elegir). Algunas, a estas alturas, ya se habrán estrenado. Otras, no lo harán jamás. Pero, amigos, siempre nos quedará Internet para poder disfrutar de esas películas exóticas que nuestros distribuidores no suelen comprar. ¡Comencemos!

Sitges es un bonito pueblecillo situado junto al mar Mediterráneo que, desde hace tiempo, une a su natural encanto la posibilidad de disfrutar de un festival plagado de películas rebosantes de calidad e imaginación. Estos últimos años, el Festival está siendo dirigido por Ángel Sala, cinéfilo de pro, con una especial debilidad por el género fantástico, que, desde que yo lo conociera en un pase nocturno de El día de los muertos, en Zaragoza, siempre ha deseado dirigir una película y ser director del Festival de Sitges (al que comenzó a acudir como espectador casi desde su adolescencia). El primero de sus deseos aún está por cumplirse (todo llega), pues por el momento tan solo aparece acreditado, como asesor, en el Rottweiller de Brian Yuzna, pero el segundo ha sido plenamente satisfecho, para gozo de los que ansiábamos que Sitges volviera a tener la importancia que adquiriera con Joan Lluis Goas (uno de sus más carismáticos directores) para el fantastique. Así las cosas, a pesar de la gran cantidad de secciones que desde que Goas lo dejara han ido apareciendo (Nuevas Visiones, Europa Imaginaria, Orient Express, Animación, Seven Chances, Midnight X-Treme, Mondo Macabro, Premier...), el Festival Internacional de Cine de Cataluña (popularmente conocido como Festival de Sitges) tiene el gusto de dispensar una atención exquisita al cine de género fantástico y de terror, por lo que resulta cita obligada para todo buen aficionado que se precie.

 

MIRRORMASK

Este año, Sitges ha sido rico y generoso en homenajes: el Tiburón de Spielberg, que cumplía treinta años (motivo por el que el festival editó un interesante libro escrito por el mismo Sala), Johnnie To (otro librito al canto), Álex de la Iglesia (tal que el resto) y Jim Henson.

Lisa Henson, su hija, acudió al festival para recoger el premio homenaje otorgado a su padre por su extraordinaria contribución al género, al que ha dado títulos fundamentales como Cristal oscuro y Dentro del laberinto. A pesar de que Henson falleció hace ya algunos años, su productora continúa alumbrando espléndidos títulos. Tal es el caso de Mirrormask (David McKean, 2005), película que recoge el testigo de los hermosos universos recreados por Henson en sus películas, una fantasía en la línea de la Alicia de Lewis Carroll en la que la factoría del malogrado artista demuestra lo que es capaz de hacer gracias a las nuevas técnicas digitales. Si George Lucas otorga a la épica emoción y espectáculo, la productora de Jim Henson apuesta por la contención y la belleza gracias a una de las más alucinantes puestas en escena que mis ojos han contemplado en lo que va de año.

 

The devil’s rejectsTHE DEVIL’S REJECTS

The devil’s rejects (Rob Zombie, 2005) actualiza las constantes del cine de psicópatas rurales norteamericanos de los 70. Se trata de un frenético espectáculo de humor y violencia con algunas de las escenas más salvajes del cine de género de los últimos años. Esta continuación de La casa de los mil cadáveres hace olvidar completamente a aquella. Parece que Rob Zombie haya aprendido a hacer cine, como por arte de magia, pues quienes no se entusiasmaron con su ópera prima (yo no lo hice) ovacionamos algunas de las radicales escenas de esta versión perversa de Bonnie & Clide.

The devil’s rejects, que parece inspirada en las fechorías de la popular Familia Manson, se disfruta como un “western” moderno, a medio camino entre La última casa a la izquierda y el universo de Quentin Tarantino, sin olvidar las referencias directas a títulos emblemáticos como La matanza de Texas. Puro postmodernismo, pero con mucho estilo y pasión por el mal gusto.

 

PIEZAS ORIENTALES

El cine oriental ha tenido importante presencia en el Festival (como viene siendo habitual desde hace años). Películas japonesas, coreanas y chinas han exhibido esas peculiaridades que tan singulares las hacen para los ojos occidentales. Viejos y jóvenes maestros presentaron sus últimas propuestas, de entre las que yo destacaría A bittersweet life (Kim Jee-won, 2005), una reflexión sobre las consecuencias de las debilidades humanas en un entorno tan adverso como el de las mafias coreanas, reflejo trágico, al fin y al cabo, de nuestro vivir cotidiano. Kim Jee-won (de quien ya vimos Dos hermanas hace algún tiempo) dejó al respetable estupefacto con esta historia de amor y venganza, una mezcla perfecta de postulados budistas y cine de género que bebe de sabrosas fuentes: de Pierre Melville a John Woo, pasando por Sergio Leone. Impecablemente rodada (espléndida fotografía, montaje y banda sonora) e interpretada (un tal Lee Byung-heon como soberbio protagonista), Kim Jee-won da otra vuelta de tuerca al “heroic bloodshed”, llegando a superar, y con creces, la esperada propuesta del prestigioso Park Chan-wook: Sympathy for lady vengeance, quien se acercó hasta Sitges no solo para agradecer el premio otorgado el pasado año por Old boy sino para explicarnos el significado que la palabra “Sitges” tiene en coreano: “cadáver” (qué curioso).

A mi modo de ver, Sympathy for lady vengeance (uno de los títulos más esperados de este año) no estaba ni a la altura de lo esperado ni, por supuesto, al nivel de la magistral Old boy. Con Sympathy for lady vengeance, Park Chan-wook cierra su trilogía sobre la venganza (a decir verdad, Cut, el episodio incluido en Three extremes, también trataba de lo mismo). Película ambiciosa, innecesariamente alargada y confusa, da fe del dominio de la estética que tiene su director... y de poco más. Un lujo de puesta en escena al servicio de un guión que parece escrito de manera atropellada para concluir la dicha trilogía. No me malinterpreten, podría citarles ahora mismo veinte películas mucho peores que ésta y que se están exhibiendo. Correcta, pero, a mi gusto, no espléndida.

Similar problema es el que plantea la alargadísima Seven swords (dos horas y media que terminan haciéndose insufribles), una lujosa superproducción épica, dirigida por Tsui Hark, que hubiera convencido de haber durado una hora menos y si su director se la hubiera tomado con el sentido del humor que en ocasiones más felices caracteriza a su cine. Nadie va a negar la importancia de Tsui Hark como cineasta. Todos hemos disfrutado de títulos emblemáticos como Zu: guerreros de la montaña mágica, si bien también hemos padecido películas muy menores como Cazavampiros. A pesar de que Seven swords es ampulosa y ambiciosa, estamos ante una de sus producciones menos atractivas, una película que parece hecha desde el deseo de facturar una obra cumbre y, por ende, afectada de una pedantería que la hace torpe. Se estrena este mismo mes de diciembre. Ustedes mismos.

Takashi MiikePor el contrario, el indispensable y habitual Takashi Miike (y van...) opta por servirnos un cuento épico de artes marciales, pero a través de un distanciamiento irónico que hace de la tradición un espectáculo pop tan atractivo como desternillante. The great yokai war es la visión de Takashi Miike sobre la eterna lucha entre el bien y el mal, a la par que “remake” de un título homónimo, pequeño clásico de 1968. El niño protagonista se verá envuelto en la característica trama de viaje iniciático, una estructura folklórica tópica que en manos de tan original director se transforma en un insólito espectáculo. Junto con la espléndida Zebraman, nos encontramos ante uno de los más amables títulos de Takashi Miike, quien vuelve a respetar una máxima muy estimable a la hora de hacer cine: ver es creer.

Desde Japón nos llegó también una original propuesta, la adaptación cinematográfica de uno de los video juegos más emblemáticos y conocidos: Final Fantasy VII.

Desde que era niño, los videojuegos han formado parte de mi cultura. Nunca he visto en ellos nada peligroso ni pernicioso, nunca me he sentido volcado hacia comportamientos sicóticos ni padecido las más terribles esquizofrenias, a pesar de que algunos estúpidos profesores alertaban a mis pobres padres acerca de mi posible locura (mientras los muy truhanes, a escondidillas, se atiborraban de antidepresivos). Antes bien, los videojuegos contribuyeron a excitar mi imaginación, enriquecer mi fantasía, tal que el cine, el cómic y, finalmente, los libros. Pese a mi fatal adicción a los videojuegos, tampoco me he encerrado en mí mismo ni he desarrollado una actitud asocial. Más bien, el videojuego, en ocasiones, me ha proporcionado emociones mucho mayores que algunas películas, y gracias a obras maestras como Metal Gear, Resident evil o Doom 3, me he percatado de que este gran arte puede resultar mucho más elaborado que algunos de los productos que pueblan nuestra cartelera. A los guionistas carentes de imaginación les invito a jugar, de cabo a rabo, el Metal Gear Solid (qué gran historia), a los que se vean incapaces de mantener la tensión, de crear una opresiva atmósfera, les insto a internarse, si se atreven, por los siniestros pasillos que pueblan esa adrenalínica obra maestra de la pesadilla cibernética que lleva por título Doom 3 (sí, amigos, la tercera parte del gran clásico).

The great yokai warEl cine es una fantasía para vivir otras vidas, conocer otras posibilidades de encarar o de aceptar la existencia. Pero el cine, tal que el teatro o la literatura, no da esa opción de manipulación sobre los acontecimientos que el videojuego sí ofrece. Desde el Pong, las máquinas recreativas y los sistemas de videojuegos domésticos avanzan hacia esa meta que todos esperamos y que quizá las compañías teman comercializar (preparaos para las brutales reacciones adversas de los conservadores palizas de siempre): la experiencia intensa de la realidad virtual. ¿Hasta que número deberemos soportar la PlayStation (va a salir la 3) o la Xbox (también saca su nueva versión evolucionada) antes de poder adquirir un juguete similar al que Cronenberg imaginaba en eXistenZ? ¿Quién no ha deseado con hacer “reales” sus fantasías, vivir en “carnes propias” las más insólitas aventuras sin necesidad de las pantallas? ¿Para cuando ese biopuerto que conectará el sistema nervioso con la ilusión total?

Hasta que llegue ese momento (espero seguir vivo para entonces), los aficionados a estas “drogas de diseño” paladearemos experiencias extremas a través de nuestras consolas y ordenadores (F. E. A. R., Quake IV, Black & white 2) o, menos directamente, a través del cine. Es en el cine donde se ha obrado el último prodigio, en animación digital, que relaciona ambos artes: Final Fantasy VII. Como sabéis, Final Fantasy es una larga serie de videojuegos de rol (sin continuidad en cuanto al sentido narrativo, aunque con elementos idénticos que los integran en la misma saga, como los famosos chocobos o las fuerzas elementales que invocamos), de trama fascinante y compleja y cuidadísimo aspecto visual (qué buena la décima parte). Si bien hace algunos años se realizó una película que utilizaba el título de la saga para presentarnos una aventura que más bien parecía salida de las asombrosas historias de 1984 (el mítico cómic de Ciencia Ficción editado por Toutain), Square (la productora del juego) ha llevado a la pantalla la continuación de uno de sus, como ya he dicho, más emblemáticos títulos: Final Fantasy VII. En efecto, la película continúa con la trama del videojuego, recuperando personajes inolvidables como el mismísimo Sephirot. Los fans que todavía no la hayáis visto alucinaréis con la versión animada y para cine de Cloud, Barret y compañía. Os aseguro que desde hace muchos años no había visto un espectáculo audiovisual tan elaborado (es una de las películas más caras del “anime”) y, sobrEl sabor de la sandíae todo, frenético, con escenas absolutamente memorables que arrancaban el aplauso de la platea (fue una de las sesiones más aplaudidas del pasado Festival de Sitges, con la presencia de uno de los creadores del juego, al que se le recibió con una de las mayores ovaciones de todo el festival).

Aplaudida también fue El sabor de la sandía, la arriesgada y estilizada propuesta del genial Tsai Ming-liang. Una extraña historia de amor y soledad que juega a partes iguales con las convenciones del género musical y pornográfico. Puesta en escena tan dispar como elegante (hábil mezcla de discursos audiovisuales) y refinado gusto por planos largos, con una preciosa utilización de la profundidad de campo. Tsai Ming-liang no opta por un discurso sencillo, que se lo dé todo hecho al espectador. Su película es enigmática, plagada de simbolismos y abierta a múltiples interpretaciones. Así las cosas, desazón, humor y drama se conjugan libremente en una trama tan conceptualmente compleja como fascinante en cuanto a la estética, dejando que sea el espectador quien arroje sentido final sobre el conjunto.

 

TARANTINO

Quentin Tarantino en Sitges 2005Quentin Tarantino es uno de esos venerados cineastas que, a la par, continúa siendo asiduo espectador de todo tipo de cine (tal que Álex de la Iglesia, otro de los amigos del festival, presente en muchas de las proyecciones). Tarantino, antiguo dependiente de videoclub, cinéfago incorregible, ha sabido forjar un universo propio reciclando y combinando una gran cantidad de materiales “pop”: del “heroic blooshed” de Hong Kong al cómic Warren, del cine de kung-fu a la “blaxplotation”... Del pastiche, rodado con estilo, surge una de las más admiradas obras de un cine radicalmente postmoderno. A Tarantino le debemos, cuan al menos, dos impecables muestras, clásicos inmediatos, del mejor cine de hoy: Pulp fiction y Kill Bill. Cuenta la leyenda que el guión de la primera de ambas lo escribió en Sitges, en la habitación del hotel, el año que presentó su ópera prima: Reservoir dogs. Desde entonces, Quentin Tarantino ha sido un asiduo a esta cita con el cine fantástico; en esta ocasión se trajo debajo del brazo el montaje íntegro de toda una sorpresa –que fue presentada en una sesión inesperada- que lleva por título Hostel.

Eli RothHostel es el segundo largometraje de Eli Roth (de quien pudimos ver Cabin Fever hace ya algunos años). Apoyada por un “Quentin Tarantino present” que es toda una garantía, Hostel es uno de los más divertidos y desprejuiciados títulos que he podido ver en los últimos meses. Mezcla perfecta de erotismo y gore, humor y horror se combinan con perfección casi maestra. Una sorprendente película de bajo presupuesto (muy provocativa, muy fuerte y muy entretenida) que hará las delicias de todos los aficionados. Comienza como una comedia “teen” de alto voltaje erótico y termina... (no desvelemos nada).

Su realizador estuvo en la sesión presentando la película, y advirtiendo que, posiblemente, el montaje que íbamos a presenciar, íntegro, todavía sin distribución, sufriera los efectos de la censura. En efecto, estamos ante una película llena de sexo y sangre, a raudales, una pequeña joya de cine sincero (sin ambiciones pero bien hecho) que oposita a transformarse en la pesadilla de todo censor. ¿Dónde meter la tijera para su estreno comercial? Difícil labor.

 

FANTASTIC FACTORY

El que aquí escribe ha tenido el placer de ver absolutamente todas las películas producidas, hasta el momento, por Fantastic Factory. No quiero decir con esto que todas las películas surgidas de esta productora me parezcan extraordinarias (de hecho, hay algunas bastante malas) pero, en líneas generales, Fantastic Factory supone una propuesta diferente a las constantes que rigen el cine de nuestro país, y ello ya me provoca un cierta simpatía por la propuesta. Si Dagón: la secta sin nombre o Rottweiller son títulos fallidos, El maquinista, Romasanta o Darkness son ejemplos de buen cine (ya sea o no fantástico) hecho en un país que, en ocasiones, parece tener un gusto especial por subestimar, apriorísticamente, este género. Así las cosas, aprovecho la ocasión para decir que, en Sitges 2005, pudimos ver la que, para mí, es la mejor película española en lo que va de año: Frágiles, de Jaume Balagueró, director al que he admirado desde sus dos primeros cortometrajes en treinta y cinco milímetros: Alicia y Días sin luz.

Elena Anaya y Jaume BalagueróCon Balagueró conversé brevemente en el Festival de Cine de Gijón, el año que presentó Días sin luz. Tras felicitarle por su trabajo le profeticé que llegaría a hacer cine, y del bueno, a lo que respondió con una sonrisa de incredulidad. Años después, me alegro de que alguna de sus películas (Darkness) no solo funcione en España relativamente bien sino que también lo haga en Estados Unidos.

La trama de Frágiles es una excusa para explorar el miedo. Desde hace ya algunos años el cine (y en especial el fantástico) se está separando cada vez más de lo literario, reformulando su naturaleza gracias a los recursos que siempre le han sido propios y haciendo uso de otros nuevos (mejores objetivos y sistemas de sonido). Muchas de las tramas del nuevo cine fantástico son débiles, pues la emoción recae en lo estrictamente cinematográfico, en la creación de ambientes y atmósferas que si bien nada cuentan cautivan por su siniestro poder de seducción. La emoción ya no recae en el significado, lo hace en el significante. En este sentido, Frágiles es al cine lo que la poesía simbolista a la literatura. Balagueró es uno de esos directores que hacen cine basándose en sus propias experiencias cinéfilas, reformulando en un universo propio los elementos más variados: David Lynch, Cronenberg, Hideo Nakata, David Fincher alientan la magistral puesta en escena de este espléndido título protagonizado por una Calista Flockhart y un Richard Roxburgh que nunca han estado tan bien (yo he disfrutado la versión original, imagino que doblada perderá bastante).

La crítica más rancia tiende a categorizar de ramplona manera. Una mala historia es sinónimo de una mala película. Personalmente, no estoy de acuerdo con algo que, a simple vista, parece resultar obvio. El cine, en esa búsqueda constante de renovación, puede llegar a transformarse en un arte excitante, que logre conmover al espectador, sin que primen los elementos narrativos. El discurso se desarticula, la palabra deja de contar, parece transformarse en un grito que intenta dejarte, literalmente, pegado a la butaca. El director no está interesado en que la trama avance, sino en que todo sea inquietante y perturbador. Así las cosas, vean Frágiles como un paseo por el interior de una malsana atracción de feria y, sobre todo, degusten algunas de las mejores escenas del fantástico de los últimos años (las escalofriantes incursiones de la Flockhart en territorio prohibido).

Imagino que Frágiles ni siquiera obtendrá nominación alguna en los premios Goya (¿ni siquiera a los técnicos?). Podría empezar a clamar aquí que se está cometiendo una aberrante injusticia y demás pamplinas pero, francamente, me importa un pimiento. La película me encantó y supongo que Balagueró seguirá haciendo cine... y del bueno (a pesar de sus sonrisas incrédulas). Eso es lo que realmente interesa.

La otra película de Fantastic Factory presentada este año en Sitges fue La monja, ópera prima de Luis de la Madrid. Estamos ante un cuento de miedo que hubiera resultado eficaz en la década de los 80 (cuando Freddy Krueguer y compañía reinaban a sus anchas). A pesar de la malsana atmósfera religiosa que impregna todo el metraje (el monstruo en cuestión es una monja fantasma), la película resulta previsible e incluso, por momentos, carente de ritmo. No obstante, tiene momentos contundentes, plagados de fuerza y emoción, por lo que su visionado resulta un entretenimiento recomendable.

Como viene siendo habitual, el Festival de Sitges anunciaba en hermosos carteles las próximas películas de la Fantastic Factory. Tengo muchas ganas de ver Bosque de sombras (en proceso de postproducción), la ópera prima de Koldo Serra (con Gary Oldman, Lluis Omar y Aitana Sánchez Gijón), un tipo amable y simpático que ya ha dado muestras de su buen hacer en sus trabajos en el mundo del cortometraje: Amor de madre, El tren de la bruja.

Por otro lado, Línea de sangre, de Nacho Cerdá, también será presentada en breve, supongo que al año que viene, en Sitges 2006.

 

MADE IN AMERICA

Jodie Foster estuvo presente en el Festival. Llegó, entró por la alfombra roja, presentó Flightplan (Robert Schentke, 2005) y desapareció. Medidas de seguridad y fiesta privada para una de las estrellas de Hollywood que menos se prodiga en la pantalla. Al natural es una señorita muy guapita y, ante todo, magnífica intérprete, tal y como demuestra, una vez más, en esta producción, un tenso thiller, emocionante y muy bien facturado (cine americano comercial y del bueno) que mantiene el interés durante todo el metraje, sin decaer en ningún momento y sin aportar nada nuevo a un género trillado pero siempre agradable.

Adrien Brody en "The Jacket"Por otro lado, The jacket (John Maybury, 2005) es la última película protagonizada por el también oscarizado Adrien Brody. Producida por Steven Soderberg y George Clooney, lo que comienza siendo una kafkiana pesadilla no tarda en adquirir tintes de film convencional y para todos los públicos que centra su atención, prioritariamente, en una curiosa historia de amor. Bonita película, interesante y bien resuelta, que se disfruta con el mismo agrado con el que se olvida.

Una de las más esperadas proyecciones fue la de La novia cadáver, la última fantasía animada de Tim Burton. Burton, que sabe muy bien lo que tiene que hacer para seguir agradando al público a la par que mantener su etiqueta de autor, vuelve a sus cuentos góticos con claras reminiscencias de la literatura de Edgar Allan Poe (uno de los referentes culturales de toda su filmografía). Un musical a la manera de Pesadilla antes de Navidad, con un guión muchísimo más endeble que, sin duda alguna, malogra parte de una propuesta de calidad. Es una buena película de animación, pero no esa obra maestra que muchos fans parecían estar dispuestos a aplaudir.

Por otra parte, El exorcismo de Emily Rose (Scott Derrickson, 2005) es la dramatización del caso de Anneliese Michel, una joven a la que la Iglesia reconoció como poseída, dando el permiso para que le fuera practicado un exorcismo. Durante el ritual, la muchacha falleció. El sacerdote encargado de expulsar al Maligno fue juzgado y condenado.

Estamos ante una de esas películas que nos llegan desde Estados Unidos envueltas por la polémica. Al igual que el clásico que todo espectador tiene presente a la hora de enfrentarse a una película sobre posesión satánica (El exorcista), El exorcismo de Emily Rose resulta más inquietante por su discurso acerca de la existencia de un mundo espiritual terrible –creamos o no en él- que por sus secuencias de susto y efectismo. La diferencia fundamental para con la obra maestra de William Friedkin radica en el hecho de que, en esta ocasión, es el espectador quien debe sacar sus propias conclusiones acerca de lo expuesto: ¿posesión o psicosis? Scott Derrickson cuenta la película a base de “flash back”, espléndidamente introducidos a lo largo de un juicio que es el corpus central de una película seria, que se aparta de manidos clichés, pero que no por ello resulta aburrida. La credibilidad de los actores, la fascinante naturaleza de los conceptos barajados y las subidas de adrenalina que provocan algunas de sus más tópicas secuencias (los susodichos “flash back”, que nos adentran en el más característico de los cuentos de miedo) hacen de El exorcismo de Emily Rose un título recomendable para todos aquellos que quieran poner a prueba su concepción del mundo y firmes creencias, o bien tan solo pasar un buen -mal- rato.

 

EUROPA IMAGINARIA

Werner HerzogEl Festival de Sitges no solo presenta una amplia programación rica en títulos espectaculares capaces de excitar al más estoico de los espectadores. Entre los títulos seleccionados aparecen ejemplos de cinematografías que optan por propuestas menos “comerciales” y “atractivas”, empeñadas en un fantastique de corte elitista, apartado de constantes genéricas, reformulándose a sí mismo desde postulados originales. En ocasiones, dichas variantes resultan ejercicios de estilo fascinantes (a pesar de provocar la huida masiva de los espectadores presentes en la sala). Tal es el caso de The wild blue yonder, fantasía personal del venerado Werner Herzog, falso documental tocado por un hermético sentido del humor, que se antoja reflexión sobre el poder seductor de la imagen y la palabra, elementos indispensables de nuestro mundo actual capacitados para manipular al espectador hasta extremos tan inconcebibles como los planteados por Brad Dourif (protagonista absoluto de la película). Una pequeña joya.

Pero en ocasiones menos felices, los ambiciosos intentos de este tipo de cine pueden hacer caer al intrépido espectador en la monotonía más insufrible. Tal es el caso de Allegro, segunda película de Cristopher Boe. Cine fantástico llegado desde Dinamarca, protagonizado por el carismático Ulrich Thomsen (Celebración, Hermanos), de torpe factura (cámara de video en mano y resultado final en un cinemascope de sucia textura)para la historia que trata de contarnos (las incursiones de un pianista en una extraña dimensión paralela en busca del talento perdido tras una crisis amorosa). De Dinamarca nos han llegado estupendos dramas a los que el estilo “dogmático” les sentaba muy bien, sin embargo, esta apuesta estética resulta inviable (incluso ridícula) para un producto de noventa escasos minutos que se antojan soporíferos.

 

UNA HISTORIA DE VIOLENCIA

David CronenbergDavid Cronenberg, uno de los nombres ilustres del fantastique de todos los tiempos se acercó también hasta Sitges para presentarnos, junto con Viggo Mortensen, su última película. Cronenberg es uno de esos autores, con una ya extensa filmografía, coherentes con ellos mismos, tanto desde un punto de vista temático como estético. Desde su ópera prima (Vinieron de dentro de...) hasta su última película por el momento (Una historia de violencia), Cronenberg ha analizado al individuo sometido a factores adversos que condicionan tanto su cuerpo como su alma. Si el vuelo casual de un insecto ocasionaba finalmente la transformación de Brundle en La mosca, la aparición inesperada de dos violentos asesinos obrará también el cambio en el apacible personaje encarnado por Viggo Mortensen. La identidad no es una cuestión de voluntad, la esquizofrenia acecha, tal que en Inseparables o Spider, a la vuelta de la esquina. En ocasiones es el cuerpo quien no obedece, doblegado a los caprichos de una enfermedad contemplada con la perspectiva fascinada de un poeta de la Nueva Carne. Pero también, como es el caso de la película que nos ocupa, puede el alma sufrir la obligación de volver la vista atrás, cuando ya curada se creía, acosada por esos implacables asesinos que parecen fruto de los psicosomáticos alumbramientos de Cromosoma 3. Si en La mosca, Set Brundle aborrecía de su nueva naturaleza, horrorizado ante su propia monstruosidad, en Una historia de violencia, Tom debe vestirse de Joey, aceptar al monstruo, para sobrevivir a esa pesadilla en la que se ve inmerso. Es la penitencia previa a la liberación, el sacrificio antes de la resurrección, transformado en un individuo distinto (¿se acuerdan del plano final de Scanners?).

El aficionado al cine de Cronenberg no solo disfrutará de esta gran película (tan grande como Videodrome, La mosca, Inseparables, El almuerzo desnudo, eXistenZ o Spider) sino que advertirá un rico juego de paralelismos y concomitancias (incluso planos muy similares) que la ligan al universo perturbado, y muy humano, del creador canadiense. Cronenberg hace suyo cualquier guión (recuerden La zona muerta o M. Butterfly), imprimiendo su sello personal incluso a un cómic que le es ajeno. Su sagaz punto de vista deslumbra escena a escena, sirviendo una historia tensa y emocionante (no exenta de sentido del humor) que recicla su personal tópica cinematográfica y la presenta como algo que se antoja nuevo, pero que continúa siendo lo mismo. Y eso nos fascina tanto como la violencia.

Y ESO ES TODO AMIGOS

El año que viene, más. Por el momento, los aficionados sabemos que el Festival, además de volver a ofrecer su habitual multitud de títulos, rendirá homenaje al cineasta David Lynch. Sin duda, inmejorable ocasión para acercarse al personal e intransferible universo de uno de los creadores más fascinantes del momento actual. Estaremos allí para no perdérnoslo.

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Alberto Jiménez

Más información: www.cinemasitges.com

 

 
www.tausiet.com