COMO PEQUEÑOS BORREGOS

Por Antonio Tausiet

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Los colegios en España son, principalmente, los lugares donde los padres dejan a sus hijos para verse libres de la atadura cotidiana de tener que atenderlos. Corrales donde sobreviven los retoños mientras sus responsables respiran tranquilos lejos de sus llantos o reproches. Muy lejos queda la supuesta labor educativa de estos centros. La palabra guardería está muy bien utilizada, aunque el pudor y la vergüenza obligan a sustituirla por escuela o instituto cuando quien es abandonado puede ya interpretar lo que le sucede. Del mismo modo que las cárceles incumplen el mandato constitucional de reeducar a los presos, los centros escolares no sirven para crear ciudadanos libres –principal fin de la educación-, sino para almacenarlos mientras se van transformando en adultos. Y no hablemos ya de los colegios regidos por una comunidad religiosa. El padre que utiliza estos campos de concentración comete dos graves delitos contra su hijo: uno, desasistirlo; dos, dejar que el oscurantismo, el fanatismo, la disciplina férrea, la doma para convencer de que es inevitable sufrir, se apoderen del niño, que ya de mayor no dudará en arrojar despectivamente a una residencia con monjas al mismo que le obligó a convertirse en víctima perpetua. Quizás la existencia de los colegios sea tan inevitable como la de las cárceles o las residencias de ancianos, pero al menos intentemos evitar que los niños salgan ya podridos de los centros concertados. Luchemos por la aniquilación de la escuela religiosa, y por el horario escolar continuado, con las tardes libres para que nuestros hijos nos conozcan. ¿O tenemos miedo de que se den cuenta de cómo somos realmente?