TIBURONES

Por Antonio Tausiet

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Con los cocos se hace licor y embriaga, como todos los licores. Embriaga y en ciertos individuos violentos produce efectos violentos. Varios bidones de licor de agua de coco almacenados en el viejo silo, y una manada de cocodrilos y caimanes, hambrientos. La puerta del silo abierta. Los bidones destrozados y los reptiles embriagados y violentos después de beber. Atacan a todos los seres vivos. Perros y gatos mueren destrozados. Y los cocodrilos y los caimanes, aún atolondrados, vuelven al agua pero al agua de los mares. Y furiosos de sal  y de alcohol atacan a los tiburones. Pero los tiburones devoran sin compasión. Grandes trozos desecados de cocodrilo entre los arrayanes rememoran la ancestral pelea, que los marinos viejos del lugar cuentan aún aterrados. Duros como almendrucos, los rostros de los ancianos dibujan ríos agrestes de angustia. Algunos guardan las reliquias de aquella batalla en frascos numerados. Otros recogieron la carne en sacos y la quemaron en hogueras. Desde la playa ascienden los montes que guardan los valles silenciosos porque prefieren no divulgar la horrible leyenda. Porque los tiburones y los caimanes eran humanos, y los cocodrilos eran humanos. Tiburones con nombres y apellidos, grandes fauces pero nombres y apellidos, y los hombres embriagados de coco eran pobres y el coco era la pobreza y la fuerza para luchar contra el eterno e invicto poder del mal. Y se sucederán guerras civiles mientras existan el coco y los tiburones, en el mar Caribe y en todos los mares de la Tierra. Y siempre las ganarán los tiburones.